La filosofía -la sabiduría- es una incumbencia absolutamente personal de quien filosofa. Debe desarrollarse como su sabiduría, como su saber, adquirido por él mismo y tendente a lo universal, del que él puede hacerse responsable desde un comienzo y en cada uno de sus pasos sobre la base de sus evidencias absolutas. Si he tomado la decisión de consagrar mi vida a esa finalidad, es decir, la única decisión que puede llevarme a un desarrollo filosófico, entonces he elegido con ello comenzar en la absoluta pobreza de conocimiento.
En estas palabras, transcritas de la página 4 de la introducción de las Meditaciones cartesianas, encuentro la expresión directa de lo que considero la posición de partida de todo filósofo principiante. Este, como filósofo que principia, quedaría comprendido como aquel que asume, desde el comienzo u origen de su reflexión, responder de su propio saber: hacerse cargo de su propio saber y responder de él.