La búsqueda de la verdad, ciencia y filosofía.

LA CIENCIA BUSCA LA VERDAD.

Acabo de leer el siguiente enunciado, «la ciencia busca la verdad». Y al parecer algo ha de haber en él que me incomode, pues esa es la razón por la que creo haber comenzado a escribir estas líneas. ¿Qué quiso decir la persona que lo escribió? ¿Qué esperaba él que comprendieran aquellos que lo leyeran? ¿Qué comprendí yo cuando lo leí? ¡Porque algo debo haber comprendido cuando me he parado a reflexionar sobre él!
El caso es que por mi parte no acepto de buen grado que la ciencia pertenezca al tipo de cosas de las que pueda predicarse que buscan algo, siquiera la verdad. Por un lado, resulta sencillo comprender que los perros buscan huesos, o que cualquiera puede buscar las llaves que abran una puerta, por ejemplo. Desde esta perspectiva no cabría comprender que algo sea buscado por la ciencia. Por otra lado, también considero la anterior posición un tanto quisquillosa y he de reconocer que ese enunciado lo comprendo perfectamente, incluso que me resultaría fácil superar esta falta de conformidad con lo así expresado. En un diálogo cotidiano, no necesariamente erudito, cualquiera comprenderá esa afirmación, la ciencia busca la verdad.
Sí, yo también lo comprendo, pero aun así faltaría algo por decir. Y no quiero divagar planteando cuestiones como ¿qué es la verdad? Y es aquí donde me vuelvo a detener. Me gustaría afirmar que quien se permita sostener un enunciado así, tampoco debería de resultarle difícil comprender que la verdad es algo ya encontrado en demasiadas ocasiones. Si se trata de aceptar un uso generoso del lenguaje, habría que aceptar que en la época que nos ha tocado vivir hay tantas verdades ya enunciadas y admitidas como tales, que ningún individuo podría abarcarlas en su totalidad o que dedicar una vida a abarcar todo el conocimiento considerado verdadero resultaría cuanto menos fatigoso, y personalmente añadiría que también falto de sentido. Ningún científico domina con total profundidad la totalidad de las ciencias que se enseñan en nuestras universidades (suponiendo que pudiera discernir con exactitud las hipótesis dudosas y pendientes de contrastación de las verdades ya dadas por contrastadas). ¿Por qué entonces buscar más verdades como si no se hubieran descubierto bastantes? Y ¿quién o quienes no están satisfechos con las verdades descubiertas? De forma sencilla diré que yo concedo que verdades hay más que suficientes, y que el anterior enunciado me sugiere cierta insatisfacción en quien lo pronuncia. Todavía queda algo por encontrar, puesto que se busca, y debe ser muy importante porque se expresa mediante el término «la verdad».
Abordaré esta misma cuestión desde otra perspectiva. El discurso religioso (la religión) durante largo tiempo ofreció a la comunidad de creyentes un modo de comprender el mundo en el que nos encontramos. El discurso religioso determinaba la verdad puesto que ofrecía una visión del mundo accesible a los creyentes (los que creían como verdadero ese discurso). Qué fácil resulta comprender que «Dios creo el mundo en siete días», no precisó más días. El discurso religioso, la religión, venía a ofrecer una respuesta a una demanda real de una comunidad humana y a la vez la dotaba de cierta homogeneidad respecto de sus creencias. Sin embargo, ese discurso perdió solidez tras el enfrentamiento directo con los descubrimientos científicos que tuvieron lugar a partir de Copérnico (s.XV). Ahora la verdad caía del lado del discurso científico y no del religioso. Los nuevos descubrimientos científicos poco a poco fueron confirmándose y quedando fijados por escrito como verdades, unas tan sencillas como que la Tierra gira alrededor del Sol, y otras no tanto. Ahora bien, la tarea de los científicos que realizaron estos descubrimientos (Copernico, Galileo, Kepler, Newton…) no consistía en sustituir la religión, no consistía en colmar la antigua demanda que satisfacía la religión. Cabría decir, con carácter general, que los científicos persiguen realizar nuevos descubrimientos, pero no persiguen desarrollar un modo de comprender el mundo en el que nos encontramos destinado a satisfacer las exigencias de los individuos ordinarios. La preocupación del científico no consiste en construir un discurso compuesto de enunciados tan sencillos como «Dios ha creado el mundo». A menudo la explicación científica es compleja y no está al alcance de cualquiera, por el contrario se requiere un gran esfuerzo y dedicación para comprender la mayoría de las aserciones actuales, por ejemplo  E=mc2 (ya desearía yo que con la misma facilidad que escribo esta formula pudiera comprenderla).
Yo no diría que la ciencia busca la verdad, sino que la ciencia está repleta de verdades. Dicho con otras palabras, que los descubrimientos dados por contrastados que realizan los científicos vienen a quedar comprendidos como ciencia o la ciencia.
Vuelvo al enunciado con el que empece este discurso: «la ciencia busca la verdad». Pero ahora preferiría afirmar que la ciencia no busca nada, puesto que no atribuyo posición subjetiva a la ciencia. Podría comprender que la ciencia busca algo si la considerara como un diosa, un ideal o una construcción conceptual pero ficticia. Además en ese caso habría que conceder la misma legitimidad a enunciados tales como que el alma humana busca la verdad, y por mi parte nada reprocharía a quien considere la existencia de eso que queda expresado con la palabra «alma». Una vez más admitiría en estos casos un uso generoso del lenguaje, un modo de comprender accesible por el uso cotidiano. Pero si tuviera que afinar en el uso de las palabras, me limitaría a afirmar que los científicos buscan nuevos descubrimientos con los que ampliar las certezas contenidas en el discurso científico. Los individuos y solo los individuos los considero como agentes buscadores, y entre aquello susceptible de búsqueda comprendería las verdades que quedarían expresadas mediante los correspondientes enunciados.
Llegado este punto me queda una pregunta por formular, ¿busca la filosofía la verdad? ¿los filósofos en su labor propia vendrían a añadir más verdades a las ya descubiertas? Espero y deseo que no o, al menos, no necesariamente. No comprendo el quehacer filosófico como parejo al científico: el discurso de un filósofo no me parece equivalente al discurso de un científico. Desde una perspectiva filosófica afirmaría que sobran verdades. No comprendo la tarea filosófica como la búsqueda de nuevas verdades a añadir a las ya contenidas en el discurso científico, aunque no me opondré a aquellos que así la comprenden y que asumen la tarea de perfeccionar los conceptos que usan los científicos en la construcción de sus discursos e investigaciones.
La tarea que atribuyo a la indagación filosófica es otra. Para determinarla parto de considerar vigente la antigua demanda que satisfacía, y aún satisface la religión. Considero vigente la necesidad de cada individuo de comprender el mundo en el que se encuentra. Y a tenor del surgimiento del discurso científico y dado que su importancia cabe atribuirla a unos pocos siglos, también infiero que la mayoría de los seres humanos reales, la mayoría de los individuos que han poblado nuestro planeta han comprendido el mundo en el que se encontraban sin grandes conocimientos científicos. Dicho con otras palabras, la mayoría de las maneras o formas en las que los seres humanos han comprendido el mundo en el que se encontraban, el mismo en el que actualmente nos encontramos, han contenido errores y, por lo tanto, enunciados falsos desde el punto de vista científico.
Como conclusión de lo hasta aquí dicho distinguiría por un lado, la ciencia como discurso o ámbito construido con fundamento en los descubrimientos realizados por los individuos que forman o han formado lo que cabría denominar la comunidad científica. La ciencia, como resultado del quehacer científico, consistiría en el conjunto de las hipótesis científicas susceptibles de contrastación y las teorías y enunciados dados por contrastados, siquiera de forma provisional. En definitiva en la extensión del ámbito científico debería excluirse cualquier error. La tarea científica conllevaría la exclusión de los errores allí donde fueren descubiertos, así como la negación de los enunciados que los expresaban. Y, por otro lado, el modo o manera que cada individuo comprende el mundo en el que se encuentra. Mientras que como sistema de verdades la ciencia puede ser comprendida como una forma de comprender el mundo exenta de cualquier error, quedaría por dilucidar si en las maneras de comprender el mundo por parte de los individuos sería razonable excluir todo error posible. Dicho con otras palabras, un sistema de conocimiento no finito en el tiempo, pues así podría quedar comprendida la ciencia, puede estar presidido por la norma de eliminar todo error descubierto. Sin embargo, en un sistema de conocimiento finito, limitado en el tiempo, que nace y muere, la exigencia de eliminar todo error o toda creencia falsa podría suponer una falta de racionalidad en dicho sistema. La finitud en un sistema de conocimiento combinada con la superabundancia de verdades conllevaría la necesidad de un sistema de discriminación de errores o, incluso, de asunción de errores.
Y ahora propongo comprender la filosofía como la reflexión en torno a cómo el ser humano ha desarrollado la capacidad de valerse de sistemas de conocimiento finitos, sistemas de conocimiento no perjudicados por algunos errores y enunciados falsos. Comprender la generación de estos sistemas, reflexionar sobre la profundidad de alguno de ello, así como sobre su dominio histórico en las comunidades humanas, esta es la tarea propongo como filosófica.
La ciencia, el discurso científico no tiene por qué ofrecer una comprensión del mundo satisfactoria por el mero hecho de contener enunciados verdaderos construidos con unos determinados recursos conceptuales. Incluso la imposición del entramado conceptual pudiera ser inadecuado (demasiado esfuerzo para comprender por ejemplo la estructura cuántica de una mesa, cuando me basta con saber distinguir una mesa de una silla). Unos saben de la mesa por su estructura cuántica, algunos otros saben de la mesa cuando la ven, o cuando la comprenden dentro de un lugar al que pertenece, por ejemplo una cocina.
Igualmente, el enunciado «la ciencia busca la verdad» expresa un modo de comprender distinto de aquel que considerara ese enunciado no solo falso sino además inexpresivo y, por ende, que debiera ser negado. La mayor o menor exactitud exigida en el uso del lenguaje ya delata distintas maneras de comprender. Y la capacidad para comprender y aceptar ese enunciado, o por el contrario la de negarlo, muestra la flexibilidad, dinamicidad y capacidad de tratar con diversos modos de comprender, unos más exigentes que otros. 
Por último, quiero terminar este pequeño ensayo apuntando dos ideas más. La primera, que la obra de cada filósofo bien puede entenderse como un modo de comprender caracterizado por su profundidad y riqueza, no necesariamente por su verdad. La segunda, que considero la lógica formal como medio para desvelar el esquematismo en el que se fundamentan las distintas maneras de comprender. Pero esto ya me lleva a otros derroteros.



2 comentarios:

  1. La ciencia es simplemente una forma de responder a las preguntas de una forma rigurosa, matemática y comprobable. La preguntas se deben a la necesidad, cómo curar el cancer, la economía, como desarrollo un procesador más rápido o a puras preguntas intelectuales, se unifican las leyes físicas?
    Tu ensayo comenta sobre términos indefinidos como la verdad y simplemente crea una enorme serie de más términos indefinidos. Esa es una de las trampas en las que caen los filósofos, perderse en el bosque de las palabras que se prestan a múltiples interpretaciones.

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  2. Gracias por tu respuesta. Pero considero que mi ensayo usa los términos de forma tan indefinida como tu comentario y, sin embargo, la comunicación se logra. La competencia en la definición de los términos, la mayor o menor holgura en su uso, ese sí sería un tema digno de estudio. "Los filósofos caen en trampas", acaso cabría estudiar la definición científica del término "trampa". ¿Ese enunciado es científico o filosófico? ¿verdadero o falso? ¿Y cómo se determina su verdad? ¿Cómo se logra la comunicación si los términos son indefinidos? ¿No será la indefinición un requisito para el logro de la comunicación? Preguntas estas nacidas de una necesidad demasiado humana, concreta y real. La ciencia, los científicos no abarca todas las respuestas, ni cabe esperar que las ofrezcan, ni uno debería permanecer pasivo en espera de las respuestas. Gracias de nuevo por tu comentario.

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