A propósito de la falsedad


A PROPÓSITO DE LA FALSEDAD.

Algunos amigos después de leer mi primer libro me han preguntado qué quería decir al afirmar que los enunciados falsos también valen. Trataré con esta reflexión esa cuestión.
Para comenzar diré que por enunciado falso entiendo cualquier frase que literalmente pueda calificarse como tal. Es más, en caso de duda me inclinaré por considerarla falsa. Por ejemplo, todos los hombres son hermanos lo considero un enunciado falso (dado que yo solamente tengo tres hermanos). Consideraré también como enunciados falsos las metáforas y las contradiciones. «Estoy sentado y de pie», o «por el mar vendrán las flores del alba, olas llenas de azucenas blancas» son enunciados falsos.
Usualmente, mediante la negación del enunciado falso, la inclinación hacia la verdad convertirá el valor de falsedad del enunciado en uno verdadero. Los enunciados «por el mar no vendrán las flores del alba, ni olas llenas de azucenas blancas» y «no todos los hombres son hermanos»  presentan la verdad mediante la negación de los respectivos enunciados falsos.
Y no añadiría nada más respecto a distinguir el valor de verdad del de falsedad, salvo que pienso que cualquiera sabe juzgar acerca de la verdad o falsedad de los enunciados (aunque algunas veces ese juicio pudiera resultar erróneo).
Ahora bien, ¿por qué algunos enunciados falsos, cuando su falsedad está determinada con claridad, no admiten la negación? Mi reflexión se dirige a ofrecer o iniciar una respuesta a esta pregunta. En otras palabras, por qué algunos enunciados falsos persisten en su falsedad. Nadie corrige a un poeta cuando afirma en su poema que «por el mar vendrán las flores del alba, olas llenas de azucenas blancas». Y añadiría más, cualquiera que leyera el poema lo entendería sin detenerse a cuestionar el valor de falsedad del enunciado. Ahí en el poema encuentro un enunciado falso que no requiere ser negado, por el contrario, me parecería que quien lo negara no habría entendido nada. Sencillamente, pienso que comprender poemas que contienen enunciados falsos es una tarea sencilla y habitual para cualquier ser humano.
Ahora bien, mi posición parte del hecho de que comprender el poema no convierte al enunciado en verdadero. La comprensión del poema requiere del enunciado falso. No solo para comprender el poema no es preciso que acontezca el hecho de que las olas vengan llenas de azucenas blancas, sino que la comprensión del poema se fudamenta precisamente en la falsedad del enunciado. Pienso que el poema diría algo distinto si fuera real que las olas del mar en vez de espuma tuviesen azucenas blancas.
Consecuentemente, sostengo que enunciados como el comentado no presentan valor de verdad, no están ahí por su verdad. Y sin embargo, también sostengo que son imprescindibles, que con su ausencia lo que dice el poeta a través del poema no podría ser dicho. Y concluyo, el enunciado que presenta el valor de falsedad además ha de sostener otros valores. Si persiste en su falsedad será porque presenta valor, pero no el de verdad. ¿Cuáles?
Y dado que lo comprendo, comienzo por afirmar que la comprensión que presenta es valiosa, y que esa comprensión viene sostenida por la falsedad del enunciado. Sin el enunciado falso la comprensión alcanzada a través del poema no acontecería. Por lo tanto si aprecio esa comprensión (y yo sí que la aprecio), entonces el enunciado falso me resultará imprescindible.
Acudiré a un poema de Pedro Salinas para ilustrar lo dicho hasta aquí. Se denomina reló pintado, y lo transcribo del libro titulado Fábula y signo (1931), que se encuentra en la recopilación titulada Poesía completa de la editorial Random House Mondadori.
Reló pintado
Las dos y veinticinco. Sí. Pero no aquí, no.
¿En qué día serían
las dos y veinticinco esas,
en qué mundo serán
las dos y veinticinco, de qué año?
¡Qué bien está esa hora
boba, suelta, volando
por los limbos del tiempo!
Se ve que es una hora
en que no pasó nada más que ella:
sus sesenta minutos
lentísimos, sesenta lesos largos,
inocentes
en la mejilla tierna de una tarde
de un setiempre cualquiera, no sé de dónde.
Hasta dejar de ser
hora de paso en su ascensión
a esto que ya es hora: una alma de hora
escogida ―¿por qué?―,
salvada de entre todas en la esfera
de aquel reló pintado, falso, alegre
medida de lo eterno. 

Comenzaré por otorgar que cualquiera entiende la literalidad de este poema.
Ahí alguien ha usado las palabras para comunicar algo. Y si me preguntara por quién, diría que ese alguien fue el autor. El poeta con las palabras que dejó escritas consigue comunicar algo a mí que las leo (o a cualquier lector que las lea). 
Queda, por consiguiente, preguntar por cómo se realiza este acto de comunicación y qué queda comunicado.
Para comenzar a responder, propongo olvidar que las palabras transcritas constituyen un poema. Olvidar que pertenecen a lo que culturalmente se denomina poesía. De esta manera las palabras las comprendería como un relato corto, cuya forma resultaría anecdótica. Diría: «El autor con estas palabras me comunica una pequeña historia». Esa historia que transcurrió en un lugar y un tiempo desconocido por mí ni siquiera tuvo por qué durar sesenta minutos. Un reloj que marcaba las dos y veinticinco y que se encontraba pintado en una pared le llamó la atención, y se detuvo a escribir estas palabras que ahora leo. ¿Por qué escribió estas palabras y no otras?
Y ahora yo quiero dirigir la atención al hecho de que, tal y como se reconoce en el texto, el reloj era falso: ni era un reloj ni marcaba una hora real. Lo que el autor vio no era más que una pared pintada. Esto creo que nadie lo cuestionará. Directamente, juzgo que el relato es falso. Y sospecho que de este juicio nadie se sorprenderá. Al contrario creo que probablemente este juicio podría igualmente estimarse como obvio.
Y ahora sostengo que nadie que lea el poema procederá a negar lo que dice. Si yo dijera que estoy escribiendo en alemán, cualquiera diría que me equivoco, que yo no escribo en alemán. Sin embargo, ante este relato, nadie que lo lea se detiene y piensa que no tuvo por qué haber un día que marcará esa hora. ¿Por qué?
A mí no me vale el simple valor estético. No me vale decir que las palabras riman de forma bella, ni me vale sugerir una verdad oculta que transciende la falsedad de los enunciados.
Yo sostengo que el relato es falso, que en él encuentro enunciados falsos, y que estos enunciados falsos presentan valores distintos del de la verdad y el de la belleza (este segundo sí pudiera presentarlo, pero a mí no me basta). La comprensión del relato se fundamenta en la falsedad de los enunciados.
Y casi sin quererlo encuentro el valor que sustenta la falsedad del relato: la comprensión.
Pudiera imaginarme que el autor se hubiera detenido ante un reloj de verdad, y hubiera indicado la hora de verdad, y de ello él hubiera deducido si tenía tiempo o no para escribir un poema, o para llegar a cualquier sitio al que se dirigiera. En este caso, la verdad sostendría una comprensión distinta. Una comprensión que también cualquiera sabría entender. 
Pero el enunciado falso, al igual que las azucenas blancas traídas por el mar, me ha ofrecido una comprensión distinta: otro modo de comprender. En él encuentro la pregunta por lo ausente, por el tiempo transcurrido sin ser notado, un tiempo en el que uno no estuvo allí, y sin embargo en el que se piensa porque quedó un rastro en un reloj pintado (medida de lo eterno). Y yo no me hubiera detenido en estas palabras si a través de ellas no hubiera alcanzado esta comprensión. Y esta comprensión yo no la hubiera alcanzado si no fuera gracias a la falsedad de los enunciados que componen el texto.
El enunciado falso se presentó delante de mí como una ocasión para alterar mi modo de comprender. Algo que no hubiera consiguido si hubiera sido verdadero. Y este modo de comprender, aquí y ahora, lo aprecio más que el valor de verdad.
Y acabo formulando la pregunta fundamental de mi indagación filosófica: ¿No pudiera resultar que los enunciados falsos fueran precisos para desarrollar las maneras humanas de comprender? ¿No pudiera resultar que la eliminación de los enunciados falsos resultara en un empobrecimiento de los modos de aprender y comprender que tienen los seres humanos?
Yo sostengo que no cabe la eliminación de todos los enunciados falsos, y si me equivocará, sostendría que esta equivocación mía (sostenida por mis enunciados falsos) aquí y ahora, me presenta valor y que, por lo tanto, no podría desacerme de ella.

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