jueves, 30 de mayo de 2013

Escrito por Clarice Lispector

Sé crear silencio. Es así: enciendo la radio con el volumen alto y de repente la apago. Y así capto el silencio. Silencio estelar. El silencio de la luna muda. Todo se aquieta: he creado el silencio. En el silencio es donde más se oyen los ruidos. Entre los martillazos, yo oía el silencio. (Clarice Lispector, Un soplo de vida, Siruela, p.53).

Pienso que nadie pondrá en duda que en este texto se concede valor al silencio. Hasta entre martillazos el silencio era oído. Por otro lado, suelo decir que todas las palabras pronunciadas, dichas y oídas, vienen sostenidas desde y por el silencio. La autora que cito entre martillazos oía el silencio, apreciaba el silencio en lo ruidoso. Y ese mismo valor otorgado al silencio yo lo encuentro sosteniendo la sonoridad de la palabra: también entre palabras se ha de oír el silencio. El silencio aparece en el primer caso como lo valioso buscado. En el segundo caso, no solo emerge como valor buscado sino que, además, es buscado por sostener la sonoridad de las palabras. Toda palabra ha de ser comprendida comprendiendo el silencio desde el que fue dicha y el que la acompaña. Silencios que infunden valor a la palabra y que en virtud de dicho valor (o valores) la hace fluir. Y a la comprensión de esos silencios yo la denomino un saber acerca de lo valioso.

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