miércoles, 22 de enero de 2014

Cuestión de temperamento, Wittgenstein.

106. Cuando se dice a veces que la filosofía de un hombre es cuestión de temperamento, hay en ello una verdad. La preferencia por ciertas metáforas es lo que podría llamarse cuestión de temperamento y en ellas descansa una parte de las contradicciones mucho mayor de lo que puede parecer. (Wittgenstein, Observaciones diversas. Cultura y valor, Ed. Gredos, 2009)
 Ayer añadí una entrada en torno a la seriedad. Y hoy me encuentro con este texto referido al temperamento. En él aparece como una cuestión de temperamento la preferencia por ciertas metáforas. Desde mi personal perspectiva, esta preferencia consiste en una cuestión de valor. Las metáforas leídas literalmente consisten en enunciados falsos a los cuales en vez de rechazarlos se los admite por el valor a ellos se otorga o, dicho de otro modo, valores que en ellos cabe encontrar. Bien pensado, no cabría objetar nada frente al rechazo de una metáfora por considerarla falsa.
Sin embargo, en el caso contrario el juego de lenguaje consistirá en perseguir el valor que supuestamente depositó el autor al usar unas metáforas y no otras. Precisamente, el rechazo de las metáforas o su aceptación residirá en una cuestión de temperamento: la seriedad que el oyente preste a las metáforas lo dará a conocer. Aquí verdad señala hacia aquello que uno asume, señala hacia aquello que uno no rechaza aunque fuese falso.
Dicho con mis propias palabras, cuando a pesar de la falsedad literal de un enunciado uno muestra su preferencia por él, ahí descubriré aquello que esa persona le otorga valor. En palabras de Wittgenstein, hay en ello una verdad

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