miércoles, 9 de octubre de 2013

Un enunciado falso en la Crítica de la razón pura


El siguiente texto pertenece a la Crítica de la razón pura, precisamente en el final del apartado dedicado a la función lógica del entendimiento en los juicios. Y me ha llamado la atención porque lo considero falso. Pero para explicarme mejor comenzaré por transcribirlo:

«La proposición apodíctica piensa la asertórica como determinada por esas leyes del mismo entendimiento y, por ello, como afirmando a priori; así es como expresa necesidad lógica». (Kant, Crítica de la razón pura; Taurus, 2007, p.110; A76).
Desconozco el acierto o desacierto de la traducción, pero las proposiciones no piensan. Así que o bien es falso el enunciado que acabo de escribir o, en caso contrario, aparecería una contradicción. Por una parte la proposición apodíctica piensa y, por la otra, la proposición apodíctica no piensa.
Ciertamente, cabría defenderse de esta modesta crítica alegando que me he quedado en una lectura literal del significado. Lo comprendería. Pero aquí comienza la cuestión sobre la que quiero profundizar.
Precisamente Kant previamente había afirmado que el conocimiento consiste en abarcar conceptualmente las intuiciones sensibles (considero bien conocido las célebres palabras de Kant: «Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas.»).
Dentro de este horizonte de comprensión, yo preguntaría: ¿Cómo abarcar por el concepto de «proposición apodíctica» el acto comprendido mediante el concepto de «pensar», o de «acción de pensar»? Precisamente esos conceptos los encuentro en la proposición estudiada (las proposiciones apodícticas piensan las asertóricas…). En tanto que juicio, y según la tabla de juicios propuesta por Kant, se trataría de un juicio universal (cantidad), afirmativo (pues ni es negativo ni infinito) y, según la relación, categórico (ni hipotético ni disyuntivo). Por lo que quedaría por determinar si el juicio tiene carácter problemático, asertórico o apodíctico. Y dado que mediante ese juicio entiendo que quedó expresado el pensamiento del autor, Kant, comprenderé ese juicio como asertórico. Y en consecuencia lo considero falso o, lo que es igual, no verdadero.
No digo que dicho enunciado no se comprenda, sino que en un discurso que trata de demostrar que el conocimiento consiste en la tarea de abarcar las intuiciones mediante conceptos, no debería aparecer un uso de conceptos que va más allá del propio concepto. Este enunciado, su uso ahí, entraría en contradicción con lo que pretendía demostrar Kant, que el conocimiento consiste en el uso estricto de los conceptos. De ser así, la proposición enjuiciada debería evitarse por ser falsa.
Pero entonces me descubro dirigiéndome la siguiente pregunta, ¿si me encuentro con enunciados falsos como este, por qué sigo leyendo?
La respuesta, a estas alturas, me parece sencilla: porque en ello encuentro algo valioso.
Precisamente, en el enunciado falso me detengo a pensar, me descubro divagando sobre él. Y en este caso concreto pienso que Immanuel Kant era un pesador vivo al momento de escribir ese enunciado. No solo que él vivía, sino que su pensar discurría, se movía. Por una parte estaba el pensador y aquello que pretendía decir, aquello que pretendía dejar escrito: su pensamiento (entendido como producto lógico y consistente). Por otra parte, estaba el ser humano que recurría al lenguaje para expresar aquello que pensaba en un determinado momento y lugar, sus pensamientos y sus modos o maneras de expresarlos.
Y ahí en esa pequeña discrepancia me imagino haberme encontrado no con Kant, el gran pesador del que hablan todas las historias de filosofía de Occidente, sino con Inmanuel Kant la persona que asumió el reto de pensar y expresar su pensamiento en una obra como la Crítica de la razón pura.
¡Qué usó para ello algunos enunciados falsos! ¡Tanto mejor!
No seré yo quien juzgue sobre el acierto o desacierto acerca del contenido de su obra. Por mi parte me basta con descubrir por mediación de las palabras escritas unos pensamientos que acontecieron en un determinado tiempo y en un determinado lugar. Pensamientos a los que debo atribuir una valor muy singular, pues incluso en esos casos en que los considero falsos me mueven a pensar (tal y como aquí acaba de suceder). 

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